De cerca
- Viernes, 20 Septiembre 2013 17:49
Autora: Amagoia Gurrutxaga Uranga. Zarautzeko postalak-36ko Gerra. Lotura
Las tropas franquistas irrumpen en Zarautz el 20 de julio de 1936, poniendo fin a casi dos meses de mandato por parte de nacionalistas y republicanos, desde el golpe de estado diseñado en Pamplona por el general Emilio Mola. Los falangistas que irrumpieron en Zarautz hace 77 años encontraron la villa prácticamente vacía, ya que, para entonces, centenares de zarauztarras –y vecinos provenientes de otras localidades en busca de protección habían huido. Sin embargo, los carlistas, sosteniendo la bandera rojigualda y vestidos con uniformes de requeté, los estaban esperando para darles la bienvenida. Para ellos, las tropas venían a “liberar” al pueblo. A continuación, hemos transcrito el testimonio de María Zulaika Larrañaga:
Testimonio:María Zulaika Larrañaga, del caserío Beobate ubicado en el alto de Orio.
Fecha: 4 de enero de 2003 en Ondarroa (Bizkaia).
Fuente: Jon Benito y Amagoia Gurrutxaga Uranga.
“Previamente a la llegada del frente, los zarauztarras solían estar disparando a unos botes en las inmediaciones de nuestra casa. Venían a nuestro bar a comer. A cambio nos daban bonos. Antes de partir, nos dijeron que cuando se proclamasen vencedores, volverían y nos pagarían. Los otros venían de Aia, y yo coloqué una sabana blanca en el pajar. Nuestra casa tenía cuatro ventanucos y fue allí donde la coloqué. Hablaban en castellano. Cuando se marcharon, el difunto Antonio, junto a su amigo Juan de Sorazu y a Rufino de Nekazabal, se fueron a curiosear a una casa que albergaba a gudaris y a milicianos antes de la evacuación de Zarautz. Rufino les dijo que se quedaran abajo y él subió arriba. Y allí se quedó, porque la casa saltó por los aires. Había una bomba en su interior. Mi hermano vino a comunicarme lo sucedido. La primera cosa que hice fue coger una sábana sin estrenar para tapar a Rufino. ¿Has visto alguna vez un cochinillo asado? Pues ese aspecto tenía el pobre Rufino. Manterola (*) al ver la sábana, me preguntó:
—¿Para qué has traído eso? No es necesario.
—Para taparlo —le contesté.
—¿Para taparlo?
La sábana estaba bordada; lo taparon y se lo llevaron en una camioneta pequeña. Regresamos llorando a lágrima viva. Una vez en casa, escuchamos gritos que provenían de abajo. Solíamos tener la puerta de la cuadra abierta durante el día, porque era pequeña y porque había mucho ganado. Los gritos venían de allí. Cuando bajé, entre el ganado, entre Paloma y Txuri –todavía recuerdo el nombre de esas vacas– vi a tres hombres que me rogaban “señora, por favor… ayúdeme señora, por favor por favor”. A uno de ellos le faltaba una pierna, a otro un brazo, y otro estaba reventado... Yo, lo primero que hice fue recuperarme del susto, subir, hervir leche, echarle un poco de coñac y mucho azúcar y llevársela. Me dijeron que Dios me lo pagaría...
Pero tuvimos que sacarlos de allí: vino Manterola y tuvimos que ir al cementerio de Zarautz. Atamos el caballo al carro, pero la cuesta del cementerio era tan empinada que nuestro caballo no podía subirla. Antonio era pequeño; tuvimos que empujar el carro para que el caballo avanzara en línea recta, y por fin llegamos al cementerio. Una vez allí nos ordenaron que los dejáramos en la puerta. No se podía, yo no podía moverlos. Nos dijeron que los colocáramos bocabajo. Los pusieron contra la pared. “Si tienes cojones, de frente!” dijeron. Y ellos allí, ¡firmes! despidiéndose de mí...nosotros llorando (todavía llora cuando relata el suceso)... Pusieron a los tres en la puerta del cementerio y pegaron un tiro a cada uno. Luego otro. Y un tercer tiro... mientras se despedían. Recibieron los disparos mientras el manco me decía “gracias señora”.
Manterola nos dijo que los dejáramos allí, que ya se las arreglarían. No se que hicieron con ellos. Nosotros cogimos el carro y el caballo y regresamos a casa.
Aquellos tres hombres eran castellanoparlantes. No los conocía. No eran ni viejos ni jóvenes, tendrían unos treinta y cinco, treinta y ocho, cuarenta años. ¡Pobres desgraciados! El frente estaba en Aia y nuestra casa estaba a siete kilómetros de ese municipio. Nuestro caserío pillaba de paso, ya que estaba al borde del camino.
Y eso fue lo que sucedió. Posteriormente, circularon muchos rumores, pero yo me quedo con una cosa: me porté bien con todos. Nunca me ha interesado la política, pero mi madre nos enseñó que hay que ayudar al prójimo.
Vinieron a enterrar a los muertos. Debajo de Txindurrita, en el camino a Zarautz...antes de llegar al alto de Orio, está el camino hacia Txindurrita. Allí, subiendo por el camino, había tres acacias y mi difunto padre y mi hermano Antonio fueron a cavar un agujero a los pies de esos árboles. Era un terreno que utilizaban los de Sorazu en Mendibeltza.
Mi padre y mi hermano empezaron a cavar y se dieron cuenta que era imposible. ¡No había tierra debajo de las acacias! Entonces, les ordenaron que apilaran los cuerpos y que los pisotearan. En ese momento, uno que estaba debajo abrió los ojos y mi hermano Antonio se mareó. Mi padre, a pesar de ser igual de cobarde, siguió, pero no pudieron enterrarlos porque no había tierra para taparlos. Según parece, echaron algo encima y los abandonaron allí mismo.
Manterola, cuando mi hermano se mareó, le dijo: ‘¿Por qué lloráis? ¡Todavía os quedan un montón de hoyos que cavar!’. ¡Cómo se puede decir eso! Todo eso nos hizo Manterola. Luego, ese mismo día vinieron a por ellos. Vinieron a nuestra casa. A los muertos les quité los anillos y los sellos (se refiere a un tipo de anillo). ¡No se cómo reuní el valor necesario para hacerlo! Ahora sería incapaz. El caso es que guardé los anillos. Vinieron al atardecer, y se los dí. Estaba dispuesta a dárselos. Dijeron que eran alcaldes (**). Uno de ellos de Usurbil. Los llevaron a sus pueblos. Así terminó todo aquello.
(*) Marcelino Manterola Larrañaga era zarauztarra y era carlista. Fue concejal nada más instaurarse la República, pero tuvo que dimitir por votar en contra del nuevo estatuto en la asamblea de Estella (Navarra), en la que se trató el Estatuto de Álava, Bizkaia, Guipuzcoa y Navarra, haciendo caso omiso a la orden de la corporación municipal de Zarautz. Tras el levantamiento, huye de Zarautz para volver junto a las tropas franquistas. A su regreso, ocupa el cargo de concejal en el Ayuntamiento durante varios años, y se convierte en destacado miembro de la Junta Carlista de Zarautz y en jefe de los requetés.
(**) María, en su testimonio, menciona tres víctimas; sin embargo, según su hermano Jesús fueron cuatro. Según parece, tres de las víctimas enterradas debajo de Txindurrita eran el usurbildarra Patxi Aizpurua Alkorta, el profesor zubietarra Cosme Yaguez y el ex alcalde de Villabona Valeriano Saizar Arteaga. Fueron asesinados la noche del 9 al 10 de octubre de 1936. Gracias al testimonio de una sobrina de Aizpurua Alkorta, disponemos de información sobre aquellos asesinatos: Milagros Pagola: Milagros Pagola: “Gure aita zenak beti esaten zuen bost lagun fusilatu zituztela han”